domingo, diciembre 03, 2006

EL BUEN GUSTO DE LAGOS JR.

No le parece de buen gusto hablar de funerales, de personas que aún no han muerto. He ahí la estética del vocero de gobierno. En medio de tanta hojarasca nacional, un ataque al corazón de Pinochet permitió ver el fulgor del buen gusto del vocero frente al ocaso del otrora poderoso dictador que se fue con los años 80, más un veranito de San Martín.

Han pasado más de 16 años desde que dijera, en marzo de los 90 “Misión Cumplida” a los más del 44% de partidarios del régimen militar, que le habían votado en el Plebiscito del 88.

En los 90, desde la Comandancia en Jefe del Ejército, se dedicó a librar correrías políticas contra los gobiernos de la Concertación. En diversas ocasiones, a través de grandes montajes comunicacionales sobre la base del acuartelamiento de los soldados. Los tuvo con Aylwin y con Frei; logró salvar a sus secuaces de los tribunales, proteger delitos familiares y obtener un campo de gran autonomía para su actuar en defensa de sus mas cercanos, exceptuando su Jefe de Inteligencia, preso por presión del gobierno norteamericano.

Los dirigentes de la Concertación de la época le temían a tal punto que sencillamente no se metían con él. Atacaban a su entorno y cuando se acercaban demasiado, él les pintaba la cara a los soldados y los sacaba a pasear para ser vistos por la gente. Ningún presidente se ausentó de la graduación de oficiales, en protesta, por ejemplo. Mejor fue tragarse a Pinochet y llevar una buena convivencia con la oposición que lo defendía hasta llegar a al exceso en el Parlamento.

Luego fue más allá y se incorporó al Senado de la Republica en calidad de senador vitalicio. La derecha lo acogió sin reservas, pero dado que el había repudiado “los politiqueros” se refugió en la bancada militar, la que permaneció hasta el ultimo día de gobierno de Lagos.

Pinochet correría una suerte distinta a sus colegas senadores militares. A lo que Dios y su hermética conciencia saben, lo cierto es que el exceso de confianza con que se manejaba en el gobierno de Frei, lo llevó a subestimar la condena y el repudio internacional que se había granjeado su gobierno. Por ello, fue el más sorprendido cuando fue requerido por la justicia inglesa, una noche postoperatoria, en una clínica de Londres. Atrapado en su ciudad predilecta, provocó una amplia sonrisa en Chile.

Pero toda la oposición –por más democrática que se considerara– se empeñó en traerlo de vuelta, lo que remeció el gobierno de Frei hasta sus cimientos. Luego de un cambio de gabinete para liquidar la oposición interna– hasta cierto punto solo moral– el compañero Insulza logró convencer al gobierno socialista inglés para que lo liberara, con el compromiso que sería juzgado en Chile.

Cazurro –como solía aparecer– se levantó de su silla de ruedas para saludar a sus partidarios cuando retornó a Chile, y demostrar que se había recuperado lo suficiente como para exhibir una victoria ajena como propia. Luego, se declaró insano para eludir nuevamente la acción de la justicia. Asediado en Tribunales y abandonado por sus partidarios -aunque una pequeña corte de partidarios nostálgicos de la guerra fría acudía a sus cumpleaños- hasta que se descubrió que loco y todo, manejaba millonarias cuentas en dólares en el banco Riggs. Terminó por quedar solo y con arresto domiciliario.

Una burda implicancia de toneladas de oro en un Banco de Singapur pareció despertar cierta solidaridad dormida entre sus pocos partidarios y lo fueron a visitar para su cumpleaños 90, hasta que hoy domingo 3 de diciembre vuelve a estar en la noticia por su ingreso al Hospital Militar.

Y ahora, entre sus muchas agonías aún no nos enteramos cómo serán sus funerales, porque el vocero encuentra de mal gusto comentar algo así. La estética es la ética del mañana, dijo Gorki. Y lo que hizo Lagos Weber fue postergarlo y demostrar su buen gusto aún en las más ominosas ocasiones.

Al final, solo es un dictador más en su ocaso: una sucia conciencia por su deslealtad con el presidente Allende, las manos con sangre de la Unidad Popular, torturador de la generación de los 80, enriquecido a costa de la privatización de las empresas del Estado y protegido por la derecha chilena, que se quedó con éstas y ha lucrado toda la transición. Y nosotros, los que sobrevivimos a todo ese horror, somos los testigos.